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El 23 de mayo de 1618, representantes de la aristocracia bohemia arrojaron por la ventana del castillo de Hradcany, en Praga, a tres delegados de Fernando II, rey de Bohemia que habían ido a tratar de solucionar un conflicto entre católicos y protestantes por la construcción de algunas capillas. Aunque no murieron, la afrenta dio lugar a una guerra que duró hasta 1648 y que no es exagerado calificar como la peor guerra de la historia europea.
Lo que hoy es Alemania perdió más del 30 por ciento de la población, España, además de cuantiosas pérdidas en vidas y recursos, dejó de ser la primera potencia que desde principios del siglo XVI ostentaba. Y, dado que hubo batallas además de en Europa en América (Brasil, el Caribe), África (Angola), Asia (Ceilán, Indonesia), muchos historiadores la califican como la Primera Guerra Mundial.
En conjunto, la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia no solo transformaron Europa en el siglo XVII, sino que también sentaron las bases de muchos aspectos de la política y la sociedad modernas, desde la soberanía de los estados hasta la tolerancia religiosa y el equilibrio de poder en las relaciones internacionales.